Cuántos se habrán ido de
Sevilla como el emigrante de
Juanito Valderrama, llevándose una estampa
"pá que me ampare aquella que está en San Gil?" ¿Cuántas ausencia habrá consolado, y cuántas distancias salvado, una foto de la
Macarena en los duros años de la emigración? ¿Ante cuántas fotografías suyas no se habrá llorado, tan lejos del barrio que le dio su apelido? No hablo de oídas: durante los quince años que vivimos fuera de
Sevilla la
Macarena alumbró nuestra casa desde la mesita de noche de mi madre; como iluminó el exilio interior de
Cornelia, la de calle
Torres, en forma de modesta estampa en blanco y negro discretamente puesta bajo el cristal de su mesita de noche.
Y esto no es sólo cosa de sevillanos que vivan fuera de
Sevilla. Ya he contado como el guionista
Tonino Guerra se llevó una foto de la Esperanza que acabó en la cabecera de una cama de hospital de la
Georgia soviética. O como deslumbró -más bien alumbró- a
Antonioni, el maestro que se despidió del cine y de la vida filmando el documental La mirada de Michelangelo, un conmovedor canto al poder de las imágenes (no dejen de verlo: está incluido como extra en la edición de
Fnac de La aventura). En él, enfermo y casi ciego, Antonioni acaricia con sus dedos-ojos el
Moisés de
Miguel Ángel en la soledad de la iglesia de
San Pietro in Vincoli. Sobre esta experiencia escribió:
"Ahora, este instante, sin miedo, ahondo con sumo respeto el por qué del mundo; y mis manos dolidas, casi paralizados, acarician hasta la adoración la belleza en la espera de abandonar este confinamiento, traspasando el umbral místico de la creación". A quienes vimos a
Antonioni contempla ensimismado a la
Esperanza en su camarín, y le oímos decir qué fácil era sentir sólo con verla esa esperanza que toda su vida había buscado, nos gusta pensar que esa larga contemplación de la
Macarena fue un peldaño en su búsqueda del por qué del mundo.
No, no es sólo cosa de coplas y exageración nuestra este poder de la
Esperanza. He aquí que, hace unos cinco años, un chico catalán vino a ver la
Semana Santa; que al presenciar la salida de la
Esperanza -de la que su madre es devota- quedó marcado por ella para siempre; que desde entonces, como su vocación era ser piloto de carreras, nunca corrió si llevar una foto de la Esperanza en su casco; y que hoy, en su debut en la Fórmula 1 como el corredor más joven de la historia, esa foto de la Macarena correrá con él en el circuito de
Hungaroring, en
Hungría. Es
Jaime Alguesuari, el joven piloto que lleva a la
Esperanza en su casco
"pá que le ampare aquella que está en San Gil".
Publicado en
Diario de Sevilla, el día 26 de julio de 2009.