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domingo, 8 de marzo de 2009

Sevilla

Cada Domingo de Pasión, Sevilla busca unos labios que le canten el gran pregón de sus amores, lo que nadie sino Ella es capaz de hacer brotar en el corazón de cada sevillano. Y el pregonero, consciente de la infinita generosidad que la ciudad le ha dispensado, quisiera reclamar esta mañana el poder sagrado de su nombre y acercarlo al llanto de su vida a ras de tierra.
Quisiera arrancar tu nombre, Sevilla, del azahar y el lamento, de las palabras del aire, del sentimiento y del verso, de la tierra que pisamos, de la luz de nuestro cielo, de la emoción de tus hijos y el azul del firmamento.
Que tu nombre, marcado por la decisión de Dios en nuestra propia naturaleza, vuelva a sonar esta mañana, como un canto de amor y de esperanza en el hogar de todos los sevillanos. Te canto a ti, Sevilla, la más hermosa, bendecida por Dios y envidiada por los hombres, pero también a ti, la que soportas en tu cuerpo lastimado la injusticia de tu propia enfermedad. Te canto a ti, Sevilla de la emoción y el Salmo, de las madrugadas eternas y el agosto jubiloso, Sevilla de la multitud; pero también a ti, la de la soledad y la intransigencia y del olvido.
Te canto a ti, Sevilla de la plata, la cera y los bordados, Sevilla triunfal de la mañana del Corpus que pasas con la frente alta delante mismo del altar de Dios; pero también a ti, Sevilla de la miseria, de la marginación y la impotencia, Sevilla inmóvil y muda en la cárcel de los silencios de Dios y de los hombres. Te canto a ti, Sevilla, señora de occidente, alcázar defendido por arqueros imperiales, morada de la luz, del arte y de la gracia; pero también a ti, Sevilla la habitada de bruma y de silencios, allí donde no llegan las saetas de luz de tu Giralda.
Porque se acerca el tiempo en el que Dios mismo vendrá hasta ti para hacerse carne de tu carne. Sacramento en tu naturaleza viva, y lo verás llegar entre olivos y palmas montando una Borriquita, para anunciarte, Sevilla, la llena de gracia, que en la sombra de una estrecha callejuela, en los cipreses del convento más pequeño, en el rayo de luna de tus plazas, en el hilo de la voz de tus seises, en el corazón de todas tus hermandades, gracias al amor de Dios y por la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo, la ciudad volverá a ser excepcional testigo del Evangelio vivo que el sevillano llevará, una primavera más, sobre sus hombros, proclamando así a la tierra entera la Buena Noticia de nuestra propia salvación.
Cántale, Sevilla, a tu Señor,alfarero, artesano inigualableque en la noche más oscura de los tiemposte soñaba ciñéndote en el airebandoleras de azul por los tejadosy sonrisa del agua entre tus sauces.
Dale gracias a Dios que te ha queridosu azucena, su fiesta, su paisaje,que le dio su mirada transparenteal perfil soleado de tus tardes,que se hizo blancura en tus gladiolosque se hizo alimento en tus trigalescon que saciar de amor las madrugadascomulgando por Él por nuestras calles.
Alaba alma mía la amanecidadel rocío sediento de azahares,el temblor de tus aguas silenciosascuando pasa Jesús sobre sus cauces,el tañido violeta del convento,puro aroma de incienso y humildades,donde cantan de amores los jilgueros,las bienaventuranzas de la tarde. Dale gracias a Dios ,que te ha entregadola celeste altitud de sus nidalesy se hizo jardín de su hermosura,y adornó tu horizonte con celajes,y llenó con el agua de su pechotus sedientos y secos manantiales. Y después de haberte dado todo,aún te dio su corazón para salvarte,porque al verte llorar de Madrugada,no teniendo ya nada que entregarte,Dios se hizo nazareno de Sevillay te dio la Esperanza de su Madre.
Estos párrafos tan hermosos y tan bonitos que he puesto aquí pertenecen al pregón de la Semana Santa de Sevilla de 1991 donde su autor fue José María Rubio. Donde le dedica estas palabras tan emocionantes y entrañables a nuestra querida y hermosa ciudad que es Sevilla, porque sólo hay una y que bella que es.

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